Por: Nathalí Liceth González Molina
Asistir al asesinato de su padre, por orden de su propia madre, dejó una huella de melancolía e impotencia para su siempre en Daniela. Crónica de una tragedia que le masacró a su papá, y de paso, su inocencia.
Dos niños y una niña con apariencia flácida que pareciera que no comen ni duermen. Una madre que se ausenta por dedicarse a las drogas y al alcohol. Cuerpo delgado, ojeras que cubren su cara por completo. En ella penumbra un corazón de hielo, personalidad soberbia, despectiva y rencorosa. Padre robusto, grueso y manos callosas, debido al trabajo de construcción que ya lleva rato desempeñando, él siempre está pendiente de sus críos, inteligente, amable, pero con problemas de depresión por sentirse estancado. Familia problemática sin un probable futuro.
Daniela Gaviria y sus hermanos, con una viveza melancólica a tal edad, preocupante, tras maltratos constantes de su madre, desarrollan trauma. Debido a tantos regaños, reflejan la nostalgia de no tener brillo en sus ojos, siempre en sollozos. El miedo retratado de la verdad, indiscutiblemente una forma de vida llena de pena y pesar.
Vida llena de necesidades, falta de ropa, una casa pobre, con sólo dos habitaciones. Daniela sabe de la imprudencia de su madre, Rosa, al tener amantes, “amigos” de ella que llegaban a la casa, todos los días después de que Gregorio – el padre de Daniela- se fuera a trabajar.
La relación entre Gregorio y Rosa era complicada, se trataban tan mal constantemente, era cosa de todos los días, debido a esto, el vecino y familiares sabían que se eran infieles mutuamente, pero solo ella se percató de la infidelidad de su marido. Todo ocurrió así.
El rencor que aparentemente siente esta mujer por su pareja debido a la infidelidad, hasta a llegar a sentir asco y desprecio, la llevó a intentar envenenarlo en varias ocasiones, el hombre en su ingenuidad duda al creer tal barbaridad. La niña mayor se daba cuenta que a cada comida, y más en sus platos favoritos, como el sudado de pollo o la sopa, le echaba la sustancia para ratas, pero la mujer se frustraba porque no lo lograba, ya que a él solo le daba daño de estómago y vómitos incontrolables con jaquecas y mareos.
Su hija sabe las intenciones asesinas de su madre, lo que en su inocencia infantil le da angustia llegar a pensar que podría matarlo. La pequeña le dice a su padre a él, que no coma de su comida porque tiene veneno, él no cree que su mujer fuese capaz de algo así, y que la advertencia de una niña de la edad de 8 años no tiene poder de convencimiento, el hecho de pensar algo así, le generaba miedo, llegar a imaginar lo que haría.
Daniela siempre ve a su madre con 3 jóvenes diferentes y a horarios variados, entre 18 y 20 años a comparación de la mujer, que tenía entonces, 37 años de edad. Los adolescentes tenían cuerpo delgado, piel blanca y parecían ser de la misma precariedad económica que ella.
Una de las tantas madrugadas en las que Gregorio se despierta al baño por el daño de estómago del que constantemente sufre, ingresan los mismos tres hombres que iban a ver a su madre todos los días, sin capucha, pero con machetes.
Saliendo del baño, Gregorio ve a los hombres que le quitarían la vida y se crearía la escena que generaría traumas depresivos a sus hijos por años. Entre los tres jóvenes lo amarraron de pies y manos.
Gregorio presentía que moriría. Comenzó su lucha para sobrevivir, pero claro está que un solo hombre no puede con tres. En su miedo, el presentimiento de que su muerte se aproxima, mientras lo golpean para después machetearlo, le grita a su jefe – su vecino- entre sollozos que se llevase a sus hijos para que no miren o le hagan lo mismo que le hacen a él.
- ¡Oscar mis hijos!, exclamó toda la madrugada, en un grito de angustia.
Madrugada de tortura, angustia, sollozos, gritos y tormentos. El único vecino cercano se percató de aquella tragedia, la madre no pasó la noche en esa casa, los niños sí.
Oscar sabía lo que pasaba, pero también sabía que no podía hacer nada, no había más vecinos a los lados, y lo invadía el miedo de acercarse a lo que pasaba aquella madrugada.
Daniela al escuchar los gritos de su padre, salió a ver qué pasaba, vio una escena que recordaría por el resto de su vida, el piso encharcado de sangre y las piernas picadas y rogando por su vida, pidiendo por su vida.
Las piernas a Daniela le temblaban, gritaba, que esos hombres dejaran a su papá quieto, pero los asesinos le dicen que, si grita más, harán lo mismo con ella. La pequeña sentía que el corazón se le saldría del pecho, una angustia que se le esparcía por el cuerpo, desesperación por no poder hacer nada, rogaba a Dios que hiciera algo para que parase aquella desesperación al ver a su padre ser mutilado.
Después de que los hombres comenzaron a picar sus piernas, pasaron a cortar sus brazos, Gregorio yacía en gritos de desesperación y dolor, el dolor se veía críticamente intenso, lo que hizo que él se desmayara por la pérdida de sangre.
Luego de que él -Gregorio- cayera inconsciente, hacía que generara duda de si estaba vivo o no, por tanto desangrarse. Los hombres decían que aún tenía pulso, pero uno de ellos dijo…
- ¡Ya matemos a esta porquería! -
Daniela estaba llena de emociones negativas que desconocía, ya daba a su padre por muerto y la desesperación de espectar tal momento, la llenaba de martirio.
Se fue con sus hermanos para no seguir escuchando y viendo ese trágico desespero, huyeron sin un rumbo específico, sólo era hasta que amaneciera, pero sentía ese feo sentimiento en el pecho de desesperación, de rabia, del saber que nada sería jamás como fue con su padre.
Mientras amanece, Daniela con sus hermanos están sentados en el suelo de una tienda sin parar de sollozar. La mamá va bajando hacia la casa y los encuentra llorando, aunque Daniela y sus hermanos le dicen a su madre lo ocurrido y le cuentan cómo ocurrió, ella –Rosa- maneja una tranquilidad impresionante, como si supiera lo que iba a pasar y que a los hijos se les hacía demasiado extraño.
Ya cuando era de mañana, ella no quiso entrar al ver el cuerpo de su esposo, sólo llamó a la Policía y esperaron a que recogieran el cuerpo.
Dos meses después de aquella tragedia, se comprobó que la mamá de Daniela, fue asesina de su propio esposo, debido a las declaraciones de la pequeña, y al encontrar varios tarros de veneno en la casa. La mujer escapó junto con quiénes lo asesinaron y a Daniela, la mandaron a matar por haber dado declaraciones. Por eso, el vecino de Oscar la mandó con una tía paterna, para que no la fueran a matar, a sus hermanos de Daniela, se los llevaron a Bienestar Familiar y desde entonces, ella desconoce el paradero de ellos.
El irse a vivir con su tía, no hizo que la vida para Daniela mejorara, la maltrataba, la echaba constantemente, y de tantos malos tratos, la adolescente consiguió novio y se fue a vivir con él a los 16 años de edad, y hoy tiene dos hijas de 3 y 2 años de edad.
A la joven le costó mucho superar aquella tragedia, ella dice que soñaba todos los días con esa escena en su cabeza, y escuchaba todo el tiempo los sollozos de su padre, estuvo en tratamiento psicológico durante 4 años, ella asegura haberlo superado, pero en su mente piensa en cómo hubiese sido su vida si su mamá no hubiera hecho eso.
Es complicado para ella mantener a sus hijas, ya que no tiene ingresos económicos fijos, se dedica a la venta de rifas.
Ella aún lucha con ella misma para no guardarle rencor a su madre por lo que hizo, buscar vivir en paz, y dar por terminada aquella macabra escena en la que le mataron su infancia.
CRÓNICA
Impactante relato en el que la estudiante revive una tragedia griega en el contexto colombiano, con un lenguaje propio, contada desde el drama de la pequeña víctima sobreviviente. La narración fluye con naturalidad, sin perder detalle de la crónica roja.
¡Hay historias que marcan!