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Las gárgolas sobre los hombros, reviven en cuarentena

Por: Bibiane Denise Hurtado Abadía

La carga de gárgolas en los hombros y las melancolías incontrolables que padecen muchas personas, hacen que ya sea un problema de salud pública que empeora por la cuarentena. Crónica de una enfermedad silenciosa, pero al mismo tiempo ensordecedora.


Su mamá la dejaba sola a los 8 años porque se tenía que ir a trabajar, y cada vez que se iba, ella se ponía a llorar. No sabía los motivos, no los encontraba, ya que cuando ella llegaba, lo seguía haciendo. No sabía qué le estaba pasando, simplemente no quería hacer nada, ni salir a jugar, comer, y mucho menos levantarse para ir a la escuela.


En ese periodo, había días en que sentía mucha tristeza y se encerraba en su cuarto a llorar, cuenta Sthefam Idárraga Martínez, de ojos color café oscuro como la canela; pero llorosos; seguramente, al hacer un flashback en su cabeza de momentos difíciles de su infancia, que la hacían envolverse en sollozos incontrolables. Es Pereirana, tiene 21 años, su cabello es castaño claro, su piel tan blanca como las nubes y su cara tan delicada como una flor. Es confeccionista y técnico en salud ocupacional.


Sthefam, hace parte de la cantidad de jóvenes colombianos que soportan sobre sus hombros, gárgolas gigantes de piedra. Muchas de ellas con forma de ángeles, demonios, aves y murciélagos; desahogadas a punta de llantos incontrolables. A ella, esas gárgolas le pesan tanto como las que hay en las catedrales de Pereira. Aunque estas no siempre dan abasto para evacuar las aguas de los inviernos interminables de su ciudad, sus ojos y sus lágrimas tampoco son suficientes para deshacer esa tristeza infinita que la persigue. Una depresión que, como en muchos casos, no ha tenido el diagnóstico, ni el tratamiento adecuado, y que revive por la cuarentena.


Intentó quitarse la vida tres veces, la primera, fue a los 11 años, cuando se tomó un ‘Liquid Paper’ que de inmediato botó porque le supo muy feo. Por ese hecho, su mamá la regañó y le pegó.


En la adolescencia la mandaron para un internado de monjas, allá se sentía muy sola y triste porque no estaba con su familia, entonces, pensó por segunda vez en quitarse la vida. En este lugar, una amiga le contó que hubo niñas que, en los baños, se colgaban con sábanas en el cuello, y ella quería hacer lo mismo. Un día estaba a punto de hacerlo, ya tenía las sábanas y todo, pero su amiga la convenció de no matarse así, y al final se arrepintió.


Cuando salió de allá, volvió a su casa, en la cual había muchos problemas, y sentía que le estaba estorbando a su familia. Por eso, se fue a vivir sola, pasó un tiempo y volvió a sentirse triste, la soledad le pegó muy fuerte, y siguió con la misma idea de matarse. Se la pasaba encerrada llorando todo el tiempo, sin embargo, intentó salir con amigos, uno de ellos era pandillero y ella sabía que él portaba un revólver. Entonces, una noche le pidió el favor que la matara, a lo que él se opuso, pero ella le insistía y le insistía; sin embargo, el chico seguía negándose a pesar de que, según ella, era esquizofrénico; no obstante, Sthefam siguió rogándole hasta que un día, el muchacho no aguantó más y le dijo que sí.


Esa noche, acordaron una cita en la casa de él para hacerlo, ese día era cuando más decidida estaba, nunca había estado tan decidida como aquel día. Para ella, esa tercera vez iba a ser la vencida. Sin embargo, cuando llegó a la casa del muchacho a cumplir dicha cita, no había nadie, la puerta principal estaba cerrada con candado.


Al instante la llamó una amiga a invitarla a salir, a lo que ella accedió y al rato ambas se encontraron, y de inmediato, su amiga le percibió la insoportable tristeza que tenía en sus ojos, entonces, la calmó y la convenció de desistir de aquella idea tan automacabra. Relata Sthefam, con tal vez pena, vergüenza, culpa o nerviosismo reflejado en su rostro. Afortunadamente, no logró hacerle caso a esa voz mental, ensordecedora, que todo el tiempo le decía: ‘eres un estorbo para los demás, no mereces vivir, hazlo, mátate, mátate y acaba con esto de una vez por todas’. Y hoy vive para contarlo.


Ese fue un periodo muy difícil para ella, no sabía cómo acabar con la insufrible tristeza que la estaba invadiendo, llorar parecía ser su único escape; pero no era suficiente.


Entonces, probó las drogas, para ‘morir’ en el espacio sideral, ya que no halló la forma de inmolarse. Así duró varios meses, hasta que un día, tocó fondo y volvió a la tierra.


Pero lo que Sthefam no sabía, era que estaba sufriendo de depresión, un trastorno mental que se caracteriza por la frecuente presencia de tristeza, pérdida de interés o placer, sentimientos de culpa o falta de autoestima, trastornos del sueño o del apetito, sensación de cansancio y falta de concentración. No obstante, cuando una persona está triste, no necesariamente se encuentra deprimida.


Sthefam hace parte de la cantidad de jóvenes en Colombia, que sufren los síntomas de este trastorno, pero que no tienen un diagnóstico. Sin embargo, según informó el Ministerio de Salud, la depresión se ha convertido en un diagnóstico constante en los servicios de atención en salud de nuestro país y representa la segunda causa de enfermedad por discapacidad en la población afectando principalmente a las mujeres en edad media. Por eso, ésta ha sido considerada como la enfermedad del siglo XXI.

Así como esta joven, hay demasiadas personas cargando gárgolas en sus hombros y lidiando con esta enfermedad, ya que, de acuerdo con la OMS, Organización Mundial de la Salud, la depresión afecta a más de 300 millones de personas en el mundo y es la cuarta causa principal de enfermedad y discapacidad entre los jóvenes de 15 y 19 años, y la décimo quinta, entre los de 10 y 14 años.


En el último medio siglo, la tasa de suicidios ha aumentado más del 60% (cada 40 segundos una persona se quita la vida, al año serían 800 mil), y muchas más intentan hacerlo.


Según un informe del Dane, en Colombia, en ese mismo año, 2.182 personas se quitaron la vida.


Este trastorno emocional puede afectar profundamente el rendimiento académico y la asistencia escolar, por eso Sthefam, a sus 11 años, no quería ir a la escuela, ni tener la compañía de sus muñecas y sus amigos(a); y lo peor de todo es que ya pensaba en morir. Pues esta enfermedad llega al punto de exacerbar el retraimiento social y en el peor de los casos, a conducir al suicidio. Esta es la cuarta causa de muerte en el grupo etario entre 15 y 29 años.


Todas estas cifras son desoladoras para la humanidad, más aún, para las familias de estas personas. Pero afortunadamente, Sthefam, no se convirtió en una más de estas cifras.


Sin embargo, no todos los suicidios se deben a la depresión; no obstante, hay estudios que indican que las personas que sufren de depresión severa tienen más chance de morir, que aquellos que no la sufren.


De acuerdo con un registró la OMS; como Idárraga, más del 90% de las personas que sufren esta enfermedad no reciben ayuda; esto debido al estigma social que se tiene con este trastorno emocional.


“Puedo estar feliz y de un momento a otro, triste, a veces sin saber el porqué. No quiero salir, ni hablar con nadie; y luego me llegan pensamientos de querer morir,de que no merezco estar viva, de no volver a despertar ni un día más”.


No me gusta ir al psicólogo, siempre me he negado, porque yo no estoy loca. La manera en cómo trato esto es teniendo mi mente ocupada; escribiendo, o haciendo cualquier otra cosa que disfrute, para intentar controlar mi mente y no recordar nada. Y que el silencio en mi interior se presente y me invadan pensamientos suicidas”, narra breve y determinadamente, Geraldine Gutiérrez, una caleña de 20 años y estudiante de música del Instituto Popular de Cultura.


El Ministerio de Salud registró en 2020 que, como Geraldine, 5 de cada 100 colombianos pueden padecer depresión y los casos pueden no ser tratados, ni diagnosticados; mientras que 3 de cada 100 personas, presentan ansiedad diagnosticada, y estas enfermedades han ido en aumento durante el aislamiento social que actualmente se vive por efecto de la pandemia de la Covid-19.

Sin embargo, la psicóloga Estefanía Buitrago, egresada de la Universidad del Valle, dijo que las personas ya tenían algún tipo de desorden mental desde antes que comenzara la cuarentena. En los casos de la depresión y la ansiedad, las enfermedades ya estaban allí, el detonante fue el confinamiento.

Según Estefanía, la depresión, muchas veces, tiene un detonador que se da en el presente de la persona, como, por ejemplo, una ruptura amorosa, perdida del trabajo, deudas, etc. Pero lo que provoca el trastorno no necesariamente es este hecho, si no los problemas y traumas del pasado que haya vivido el paciente; como el abandono de sus padres cuando eran niños, la pérdida de un ser querido, entre otros.


Por otro lado, dice que “nadie estaba preparado para afrontar el Covid 19, y según decían muchos pronósticos científicos sociales; aparte de esta pandemia, iban a haber otras por las enfermedades mentales. Eso era de esperarse, por la posibilidad de morir, el cambio drástico en las condiciones de vida, las crisis económicas, etc”.


Piensa que los procesos para tratar estas enfermedades en las EPS de nuestro país no son eficientes, porque las citas psicológicas solo duran 20 minutos, de los cuales 6 o 7, tarda el profesional en pedir los datos que necesita del paciente, y al final solo quedan 13 o 14 minutos para escucharlo, y no le parece suficiente.


“Un proceso terapéutico debe durar por lo menos una hora, lo primero que se hace con el paciente es un psicoanálisis, que permite revisar el pasado de la persona, que puede ser el origen de su depresión. Porque, generalmente los pacientes manifiestan que no encuentran los motivos de este trastorno, pero realmente sí los hay. Sólo que están en su pasado, y probablemente guardados en su inconsciente”, explica Sthefanía y agrega que además de eso se hace un proceso de sanación que permite que el paciente suelte todos los sucesos negativos de su pasado.

“Tuve un asunto familiar a finales del año pasado que fue bastante fuerte y yo no estaba preparada para lidiar con algo así, y además la acumulación de muchas cosas. Entonces, hubo un punto en el que ya no podía salir de la casa, porque me daba mucha ansiedad; si estaba afuera, me daba ataques de pánico y me tocaba volver rápido a la casa. Esa ansiedad no me dejaba hacer nada, ni comer, ni dormir. Si un día me levantaba con ganas de ir a entrenar, de inmediato me arrepentía y me quedaba acostada.


Cuando estaba en el colegio, tuve épocas demasiado difíciles, porque lloraba mucho y una profesora me dijo que era porque estaba en la adolescencia y crecer duele. Yo me quedé con esa frase y pensé que ese era el motivo de mi tristeza”, cuenta, Lina Fernanda Zambrano, estudiante de Comunicación Social de la Universidad Antonio José Camacho.


Piensa que la tristeza tiene una razón y se puede justificar, pero la depresión no. Tuvo situaciones que alborotaban ese problema en ella, y a veces “sentía que mi voz interior me decía cosas feas, todo el tiempo, como de no querer vivir. Sin embargo, nunca pensé en hacerme daño”.


Lina buscó ayuda; no lo quiso hacer por la EPS, porque le pareció muy demorada y su problema era de urgencia, entonces, lo hizo por medio de una atención psicológica particular; le diagnosticaron con trastorno de ansiedad con depresión; pero con dicha terapia, al pasar el tiempo, se pudo sentir mejor. Manifiesta que actualmente, la ansiedad volvió a su vida por la cuarentena; no obstante, decidió combatirla sola, ocupando su tiempo libre en leer, meditar, escribir, etc. Hoy en día se siente recuperada de estas patologías, y siente que ya hacen parte de su pasado.


Y aconseja que, “siempre hay que buscar ayuda. Lidiar solo(a) con eso, es muy difícil, porque, a veces no somos conscientes de cómo estamos, si no cuando otras personas no lo dicen. No obstante, creo que todo el mundo debería de tomar terapía, así no tenga un antecedente de depresión o ansiedad, porque, vivimos muchas situaciones negativas y hay que sanar para poder seguir adelante.


Pero para Shefam no fue suficiente este tipo de consejos que le daban muchos de sus amigos y familiares, ya que hoy en día, se encuentra viviendo sola en Ecuador, encerrada; esta vez, obligada por la cuarentena. Y con el vaivén de las gárgolas atrapadas encima de sus hombros, pues cuando parecía que se habían muerto, éstas revivieron para volver su vida infeliz; no dejarla pararse de la cama, ni comer, ni dormir, ni mucho menos hablar con gente. Pero afortunadamente no volvió a escuchar esas voces asesinas en su cabeza, y hoy en día, ya es consciente de que necesita ayuda y está en la búsqueda de ello.


A un deprimido no le digas: ¡sal de la cama ya!, ¡necesitas ayuda!, ¿cuándo vas a salir de esta?, ¡eres muy pesimista!, ¡no tienes razones para estar así!.


Mejor dile: ¡salgamos un rato!, ¡quiero apoyarte!, ¿cómo te ayudo?,¿cómo te sientes hoy?, ¡las cosas van a mejorar!, ¡me preocupo por ti!, ¡te necesito y te quiero!


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