Por Gabriela Rojas Álvarez.
Lo que empezó como un simple trastorno bipolar terminó con la vida de Carlos Alberto López. Su familia considera la causa fue un medicamento de control, pero la ciencia descarta esta hipótesis.
Para un hijo es difícil pensar que sus padres algún día se irán de este mundo, pero es más fácil asimilarlo cuando han vivido muchos años y están en la vejez, ya que ese es el ciclo de la vida. Cuando se tiene 13 años no imaginas que vas a quedar sin papá, es más, no pasa un mínimo pensamiento de ello, es complicado.
David López sentía la necesidad de ayudar a su progenitor para que estuviera bien, ya que padecía una enfermedad psicológica y tenía sus complicaciones, pero no fue tan fácil, se quedó corto de tiempo.
Carlos Alberto López Quintero, padre de David, a los 16 años de edad le diagnosticaron ‘trastorno afectivo bipolar’, enfermedad más conocida como ‘Bipolaridad’. El insomnio era una de las consecuencias de dicho padecimiento y este hace que el cerebro no genere los componentes que se debe.
En este caso, Carlos no recibía mucho litio en su cuerpo y al no tener suficiente de este elemento, podía ocasionar episodios de manías, depresión, alucinaciones, desconexión de la realidad, entre otras. En algunas ocasiones, cuando estaba en los puntos más altos de esta enfermedad, cuenta su hijo que su padre se creía apóstol. ‘Algo así como Judas o esas personas, decía que él era enviado por Dios para repartir su palabra y felicidad’, dice David.
Cuando la madre de David, Eleadith Tarira, conoció a Carlos Alberto, no sabía que él padecía de dicha enfermedad, puesto que se veía como una persona absolutamente normal. Luego de un año de relación, tomaron la decisión de vivir juntos, pero Carlos dejó de tomar su medicina a base de litio, el componente ya mencionado, debido a que este generaba reacciones negativas para su vida sexual, por ejemplo, no podía tener erecciones.
Como su relación estaba estable, se frustraba si no podía estar íntimamente con Eleadith, así que dejó a un lado el medicamento que lo mantenía sobrio. Fue cuando empezó a recaer.
A los 25 años, Eleadith dio a luz a David Felipe López Tarira y 4 años más tarde, nació Hernán Kaleb López Tarira. Durante la infancia, su padre Carlos Alberto no tuvo recaídas fuertes, estaba dentro de lo normal; pero, nada dura para siempre.
‘’Por el 2012, tenía 10 años, era viernes y fue la primera vez que presencié uno de esos episodios, de los que mi mami tanto temía que viera; recuerdo que ella nos ‘soltó’ a mi hermano y a mí ese fin de semana, puesto que le tocaba a mi papá estar con nosotros, ya que se habían separado, y fue con bastante temor’’, dice David.
Su padre ese día no quiso ir a trabajar, estaba bastante inquieto, quería ir al parque, a la iglesia, por aquí, por allá, a muchos sitios; también estaba actuando de manera grosera y él no se caracterizaba por ser así, más bien, era decente. El caso es que se decidió por ir a la iglesia, pero David no quería asistir, aún así Carlos se lo exigió y se dirigieron al templo, pero en medio de las alabanzas Carlos se puso muy hiperactivo.
Ese mismo fin de semana pasó algo muy extraño y es que Carlos le empezó a revisar los cuadernos a su hijo. Cuenta David que no solía hacer tareas cuando estaba con su padre, pero ese día estaba muy insistente, así que lo puso a hacer una actividad, la cual él se resistió a elaborarla.
‘’Mi papá nunca me había pegado, pero ese día, por una tarea lo hizo, estaba en el suelo y le decía que no me golpeara. Entonces llegó mi tía y le dijo que me regañara, pero que no me maltratara, lo calmó un poco’’, dice David Felipe.
Luego, su tía y su padre empezaron a discutir, cada vez más fuerte. Bastaban unos minutos, para que Eleadith, madre de David, llegara a llevárselo, pero Carlos reaccionó de manera agresiva, haló a su hijo, lo retuvo en sus brazos y le dijo a su madre:
--‘’ ¡No, no me lo vas a quitar!’’.
Transcurrieron unos minutos eternos y llegó una ambulancia con el cuerpo médico, también llegaron policías. A Carlos no le gustaba ir al doctor, así que se enojó aún más. Eleadith trataba de calmarlo por medio de palabras, estaba asustada, puesto que estaban en un balcón en el tercer piso, el cual no estaba encerrado y en un mal movimiento podría dejar caer a David, pero finalmente lo soltó y lograron bajar a Carlos para llevarlo a consulta.
Después, lo internaron en la casa de reposo ‘Vivir Sana’, ubicada en el barrio Tequendama, en la ciudad de Cali, debido a que, por estrés, falta de sueño, enfermedades y demás, no quería tomarse sus medicamentos, por ende, su trastorno volvió a salir a flote. Duró un mes y algunos días en ese lugar, ahí lo ponían a hacer actividades como contar anécdotas, resolver conflictos consigo mismo, entre otras.
Salió de la casa de reposo y se veía renovado, con ganas de disfrutar la vida. Retomó sus labores, salió con sus hijos y volvió a tomar su medicina con litio, para estar bien. Pero esto solo duró unos meses, en 2014 volvió a tener una recaída por estrés, deudas encima, exceso de trabajo, etc. Carlos era la cabeza del hogar, entonces todo lo asumía muy personal.
‘’Perdió su brillo’’, dice David, pues su padre ya no se creía apóstol ni estaba repartiendo felicidad cuando tenía síntomas del trastorno, ahora era más depresivo y debido a esto se dirigieron al doctor ya que era una situación más delicada.
En esta ocasión, no lo internaron, pero sí le recetaron ‘clonazepam’, un fármaco que actúa sobre el sistema nervioso con propiedades sedantes, hipnóticas y estabilizadoras del estado de ánimo. Carlos solo necesitaba reposo, la depresión, junto a su trastorno, lo tenían cansado, sin concentración y por ende, dejó de trabajar.
La abuela de David, cuyo nombre es reservado, dijo: “yo misma le daba las pastas a Carlos. Él tomaba un clonazepam de 100mg y ni eso lo dormía... 100 mg son capaces de dormir a un caballo y él ni con eso lograba descansar".
Dicho medicamento debía ser tomado una vez por día, pero aun así no lograba relajarse, entonces, tomaba más de una para conciliar el sueño, pero esto haría que empeorara más.
Para finales de ese año, Carlos solo mantenía en su cama y David, junto a su hermano, trataban de ayudarlo. Sin embargo, fue difícil, debido a que las pastas para ‘descansar’, estaban acabando con las pocas fuerzas que le quedaban.
Ahora mantenía somnoliento, pero sin lograr dormir, miraba a la nada y no se concentraba en lo que pasaba, solo estaba ahí, existiendo. Debido a ello, David propuso sacarle una cita médica, ya que no se atrevían a quitarle el medicamento, pero se la dieron para dos meses después; lo que no sabían es que, para tal fecha, Carlos ya no estaría con ellos.
Navidad y Año Nuevo no fueron muy felices para ellos, la situación de Carlos Alberto era devastadora, solo estaba su cuerpo ahí, pero su espíritu pareciera que no.
El 2 de enero del 2015, era medio día y Carlos quiso someterse a un baño, ya que tenía calor, así que se dirigió al segundo piso de su casa. Pasaban los minutos y aun no salía, asunto que fue bastante raro viniendo de él. En seguida Kaleb, hermano menor de David, se dirigió hacia arriba para mirar si todo estaba bien.
Una vez revisó, gritó:
---‘¡Mamita, mi papá se quedó dormido en el baño!’.
A partir de ese momento, el mundo se vino encima para David y su pequeño hermano: su padre se había ido de este mundo.
Carlos Alberto López Quintero murió por un paro cardiorrespiratorio, debido a las sobredosis de clonazepam que ingirió, creen ellos.
Sin embargo, su muerte fue repentina y explica el doctor Andrés Fernell Peinado que “es muy poco probable que la causa haya sido el uso del clonazepam en esa dosis, tampoco tendría que ver el uso prolongando de este medicamento, ejemplo, si es cuestión de días o meses’’.
También agrega que “es baja la probabilidad que tomando 100mg diarios o más, se genere un paro cardio-respiratorio, además, los efectos adversos no son depresión respiratoria como tal…’’
De todas maneras, David dice con tristeza que “siento que como hijo pude haber hecho más por él, ya que nada lo devolvió a su antigua personalidad. Ojalá no le hubiera dicho ciertas cosas un día antes, pero principalmente, ojalá alguno se hubiera atrevido a quitarle las pastillas, quizás así hubieran cambiado las cosas, pero por el miedo nos quedamos cortos de tiempo’’.
El caso de Carlos Alberto dejó un sinsabor en la vida de sus familiares, en especial en la de sus hijos. Entre todas las cosas que lo agobiaban, es un misterio la verdadera razón de lo que acabó con su vida.
REPORTAJE
Con un hilo bien llevado y un buen uso de la gramática y de recursos narrativos, la estudiante cuenta el declive de una persona llena de vida hasta el deterioro de su salud que lo llevan a la muerte, desde la mirada del hijo del paciente.
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